Salió del caparazón de Calila este libro para empezar el 2009. Mmm, al fin algo se ha revuelto en las ganas de fantasear y de tirarse horas largas leyendo en un autobús.
Locuras en Brooklyn le ocurren a Nathan Glass, uno con cara de Jack Nicholson (así lo imaginé) que buscaba un sitio tranquilo para morir en la primera línea y que cerró las páginas flotando de felicidad un 11-S de 2001. También él (aunque no por un cumple de 20 años) debio de sentirse culpable esa tarde por una alegría tan a deshora.
Es como el cuento de mayores con moraleja y final feliz que trato de creerme. Nathan quería encerrarse en una habitación y quitarse la vida con calma, pero, poco a poco, todo se le va complicando y decide quedarse. De alguna manera, su indiferencia va a ser fundamental para salvar las miserias de su sobrino Tom (prometedor que se degrada con solo 30 años), la falsedad creativa de Harry y la contrariedad que rodea a todas esas mujeres a las que Auster trata con tanta delicadeza dándoles los atributos más grotescos.
Entre las miles de follies, la tortuga se queda con el proyecto de Nathan de escribir y publicar por encargo biografías de gente vulgar y desconocida y con los ganas de que estos Cuadernos se parezcan en algo a su "Libro del desvarío humano".
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