domingo, 4 de enero de 2009

Corazón de algas

Iba Calila por la calle esa mañana en la que al fin había salido el sol. Tenía que encontrar algo muy importante, algo como una verdad o una certeza que la llevaba dejando intranquila los últimos días.

Se sentía segura con el caparazón elegido, sin la molestia de hierro en los pulmones y con esa energía lumínica del día que la llenaba de vidita.

De pronto, en su paso ligero y muy tardo, se topó con un extraño bulto en la acera que no la dejaba pasar. Se acercó a tocarlo y le pareció un poquito inalcanzable. -Qué curioso.

Así que, más acontecida, con esa rareza que brotaba del suelo, se dispuso a desenterrarla. Sacó las patas de su concha y concentró sus fuerzas en capturar ese tesoro tan peculiar.

A medida que lo cercaba, iba sucendiendo algo muy extraordinario: parecía que la tierra bajo sus pies latía al ritmo de un desacompasado tic-tac. Además, notaba la tortuga que un olor rancio la emborrachaba y que cada vez sus pensamiento se hacían más difusos y tan solo le importaban ya las sensaciones.

Apenas podía mover sus extremidades, pero su empeño era tal que al fin logró extraer esa pieza del subsuelo. La agarró con la boca, así que la primera impresión fue la de un sabor extremadamente salado. Después la mantuvo en sus pezuñas un buen rato y disfrutó descubriendo lo que llevaba buscando la última época: un corazón de algas.

Se colgó la maravilla de liquen entre el pecho y el caparazón y siguió Calila por la calle esa mañana en la que al fin había salido el sol comprendiendo que sus emociones seguían igual de imprecisas.

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